Yolanda Reyes
En el hogar, se aprende lo fundamental sobre la vida.
Hablar de lectura en el hogar es diferente a hablar de la lectura en la escuela.
El hogar proporciona el contexto, el para qué; el hogar es el nido en el que la lectura encuentra o desencuentra eso que se llama un sentido primordial.
Somos los adultos, con nuestras lecturas y con nuestras palabras, inscritas desde mucho antes de ser padres, el texto de lectura primordial que descifran nuestros niños.
Las primeras etapas en la formación del lector son:
1. Yo no leo. Alguien me lee, me descifra y escribe en mí:
En esta primera etapa de la vida, tenemos contacto con muchos textos de lectura.
En primer lugar, están los libros sin páginas (poesía de la primera infancia). Lo que cuenta aquí son las sonoridades, las repeticiones y las alternancias.
Antes del primer año de vida, nuestra experiencia como lectores ha estado profundamente ligada al afecto y nos ha enseñado mucho sobre los usos poéticos del lenguaje (función expresiva).
Tan pronto como el niño se sienta, aparecen también los primeros libros de imágenes. Son libros sencillos, quizás sin palabras que cuentan historias o muestran objetos cercanos a la experiencia del niño pequeño. Enseñan que las historias se organizan en un espacio: de izquierda a derecha (direccionalidad en sus ejercicios de prelectura).
Después de esos primeros libros y muy en la línea del desarrollo psíquico del niño, que empieza a salir de lo más inmediato para hacerse preguntas, para inventar, imaginar, soñar, tener pesadillas y sentir miedos, los relatos se van haciendo más complejos: Es entonces cuando los niños entran en contacto con hechos, peripecias y personajes que suceden en un tiempo lejano: el tiempo de la ficción. Ese tiempo mítico, que no es el presente, tiene su expresión literaria en los cuentos de hadas tradicionales o en los cuentos contemporáneos, con personajes fantásticos, de la propia región o de países lejanos, que hablan a la psiquis en formación y le dan claves para nombrar sus misterios y para intentar descifrarlos.
Las voces adultas que cuentan historias dicen cosas útiles, ciertas y necesarias sobre el lenguaje. Dicen que las palabras se agrupan unas al lado de las otras en una cadena y que, gracias a esas agrupaciones y a la posición de cada palabra en la cadena, se van construyendo y modificando los significados.
Ya sabe una cantidad de cosas sobre la lectura, aunque la escuela diga que todavía no es lector y no haya entrado ni siquiera al prejardín o al grado cero. Los padres han construido un nido completo, un entorno para la lectura, una cantidad de demostraciones viscerales a la pregunta del “Para qué leer”, que es la pregunta por el sentido vital de la lectura y que es la que, en definitiva, produce el deseo, o lo que los maestros, para simplificar llaman ‘motivación”. Cuando llega a la etapa de la alfabetización propiamente tal, el aprendizaje de la lectura se empieza a delegar al colegio.
2. Segunda etapa: Yo empiezo a leer con otros:
Esta etapa se da desde la total dependencia del lector hasta el logro de la lectura autónoma y es un largo rito de tránsito el cual se constituye, quizás, en la época más difícil para su formación. En virtud de una extraña paradoja, el proceso de alfabetización, resulta en la práctica ser, el culpable de la mayor deserción.
Es ese el momento en el que los padres resultan verdaderamente imprescindibles y es también ahí cuando deben tener más cuidado en no caer en creer que son ellos los maestros de sus hijos. La tarea de los padres recae en dar sentido y contexto al proceso por el cual están atravesando sus hijos. Resulta fundamental que los padres continúen leyéndoles buenas historias a sus hijos, sin abandonarlos en la mitad del proceso.
La entonación es algo que se construye mediante un diálogo con los sentidos de un texto; un diálogo en el que participan el lector y el texto y que siempre hay que ir desentrañado.
Es importante asegurar que se mantenga viva la fe en la magia de los libros y en sus poderes de desciframiento. Durante esta etapa ambigua en la que supuestamente un niño aprende a leer solo, aún no cuenta con las herramientas suficientes para decodificar los libros que su psiquis o su deseo de conocimiento le demandan, su poder de decodificación está atrasado con respecto a su poder de desciframiento.
Leer con los hijos, como padres, es leer por el puro placer de estar juntos, de compartir sueños, temores, intereses e incluso obsesiones y acompañar a ese hijo a confrontarse con las tareas existenciales, con los valores y con los retos de la vida que recrean los libros. Leer como padres es también acompañarlos a escoger sus libros y ayudarlos a ir formando sus propios criterios. La lectura será parte del ámbito de su intimidad y se convertirá en la brújula de una búsqueda personal a la que quizás los padres ya no estén invitados.
En el hogar, se aprende lo fundamental sobre la vida.
Hablar de lectura en el hogar es diferente a hablar de la lectura en la escuela.
El hogar proporciona el contexto, el para qué; el hogar es el nido en el que la lectura encuentra o desencuentra eso que se llama un sentido primordial.
Somos los adultos, con nuestras lecturas y con nuestras palabras, inscritas desde mucho antes de ser padres, el texto de lectura primordial que descifran nuestros niños.
Las primeras etapas en la formación del lector son:
1. Yo no leo. Alguien me lee, me descifra y escribe en mí:
En esta primera etapa de la vida, tenemos contacto con muchos textos de lectura.
En primer lugar, están los libros sin páginas (poesía de la primera infancia). Lo que cuenta aquí son las sonoridades, las repeticiones y las alternancias.
Antes del primer año de vida, nuestra experiencia como lectores ha estado profundamente ligada al afecto y nos ha enseñado mucho sobre los usos poéticos del lenguaje (función expresiva).
Tan pronto como el niño se sienta, aparecen también los primeros libros de imágenes. Son libros sencillos, quizás sin palabras que cuentan historias o muestran objetos cercanos a la experiencia del niño pequeño. Enseñan que las historias se organizan en un espacio: de izquierda a derecha (direccionalidad en sus ejercicios de prelectura).
Después de esos primeros libros y muy en la línea del desarrollo psíquico del niño, que empieza a salir de lo más inmediato para hacerse preguntas, para inventar, imaginar, soñar, tener pesadillas y sentir miedos, los relatos se van haciendo más complejos: Es entonces cuando los niños entran en contacto con hechos, peripecias y personajes que suceden en un tiempo lejano: el tiempo de la ficción. Ese tiempo mítico, que no es el presente, tiene su expresión literaria en los cuentos de hadas tradicionales o en los cuentos contemporáneos, con personajes fantásticos, de la propia región o de países lejanos, que hablan a la psiquis en formación y le dan claves para nombrar sus misterios y para intentar descifrarlos.
Las voces adultas que cuentan historias dicen cosas útiles, ciertas y necesarias sobre el lenguaje. Dicen que las palabras se agrupan unas al lado de las otras en una cadena y que, gracias a esas agrupaciones y a la posición de cada palabra en la cadena, se van construyendo y modificando los significados.
Ya sabe una cantidad de cosas sobre la lectura, aunque la escuela diga que todavía no es lector y no haya entrado ni siquiera al prejardín o al grado cero. Los padres han construido un nido completo, un entorno para la lectura, una cantidad de demostraciones viscerales a la pregunta del “Para qué leer”, que es la pregunta por el sentido vital de la lectura y que es la que, en definitiva, produce el deseo, o lo que los maestros, para simplificar llaman ‘motivación”. Cuando llega a la etapa de la alfabetización propiamente tal, el aprendizaje de la lectura se empieza a delegar al colegio.
2. Segunda etapa: Yo empiezo a leer con otros:
Esta etapa se da desde la total dependencia del lector hasta el logro de la lectura autónoma y es un largo rito de tránsito el cual se constituye, quizás, en la época más difícil para su formación. En virtud de una extraña paradoja, el proceso de alfabetización, resulta en la práctica ser, el culpable de la mayor deserción.
Es ese el momento en el que los padres resultan verdaderamente imprescindibles y es también ahí cuando deben tener más cuidado en no caer en creer que son ellos los maestros de sus hijos. La tarea de los padres recae en dar sentido y contexto al proceso por el cual están atravesando sus hijos. Resulta fundamental que los padres continúen leyéndoles buenas historias a sus hijos, sin abandonarlos en la mitad del proceso.
La entonación es algo que se construye mediante un diálogo con los sentidos de un texto; un diálogo en el que participan el lector y el texto y que siempre hay que ir desentrañado.
Es importante asegurar que se mantenga viva la fe en la magia de los libros y en sus poderes de desciframiento. Durante esta etapa ambigua en la que supuestamente un niño aprende a leer solo, aún no cuenta con las herramientas suficientes para decodificar los libros que su psiquis o su deseo de conocimiento le demandan, su poder de decodificación está atrasado con respecto a su poder de desciframiento.
Leer con los hijos, como padres, es leer por el puro placer de estar juntos, de compartir sueños, temores, intereses e incluso obsesiones y acompañar a ese hijo a confrontarse con las tareas existenciales, con los valores y con los retos de la vida que recrean los libros. Leer como padres es también acompañarlos a escoger sus libros y ayudarlos a ir formando sus propios criterios. La lectura será parte del ámbito de su intimidad y se convertirá en la brújula de una búsqueda personal a la que quizás los padres ya no estén invitados.
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